11:38 de la noche y no he podido salir del trabajo. No por fanática a la profesión, sino porque no tengo carro y debo depender de los demás para irme a casa.
Compromisos laborales delegados a última hora, hicieron que me quedará más tiempo en estas cuatro paredes. Menos mal que no tengo perro que me ladre, porque ya me hubiese mordido de lo desatendido que lo tendria.
Se me ocurre llamar a alguien para hablar, pero ya es muy tarde y muy pocos estarán dispuestos a escuchar a una lunática que se desvela frente a una computadora porque no tiene otra opción.
De fondo escucho los titulares internacionales de Venevisión y de repente otro timbre me confunde: el telefóno, ha llegado por fin un carro y me iré a casa.
El carro me espera en frente, y otra aventura esta por comenzar. Por lo menos no tuve que caminar por esa cuadra llena de borrachos y gente indeseable que vaga toda la noche por el centro de Caracas. Les tengo miedo, uno nunca sabe a quien se va a conseguir en el camino.
Alonso se quedó pendejo al lado del chofer que me toco, el carrito Fiat se movía a toda velocidad de un lado a otro. Últimamente le tengo miedo y respeto a la carretera, así que de una le dije que se metiera por El Paraíso en lugar de la autopista Francisco Fajardo. Pero ni en el pasillo de tu casa se esta seguro.
En la plaza Madariaga una camioneta Blazer se afanaba por llegar a su destino sin importar a quien se llevaba por delante. Afortunadamente no pasó nada. El tiempo es muy frágil, bastan a penas unos segundo para que ocurra una desgracia. Dejamos pasar la camioneta que al cruzar la esquina del restaurante Wendy's casi embiste a otro vehículo. Es viernes en la noche y todo puede ocurrir.
Yo ya llegue a casa, ojalá otros también lo hagan.
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