Prefiero levantarme tarde para no tener que luchar desde las 7 de la mañana con la jungla de carros que se tratan de comer unos a otros luchando por llegar a tiempo.
Pero ni saliendo después de las 9 de la mañana, me libro de la cagada de tropezarme con miles de obstáculos para llegar a mi sitio de destino.
Justo cuando estoy por cojer o tomar como sea que se diga el transporte público, pasa algo: o se me olvida el paragua, o dejé el celular o simplemente camino con tal lentitud que cuando llego a la parada el metrobus que pasa cada 10 o 15 minutos, cierra sus puertas y arranca sin mí.
Pienso en utilizar un taxi; pero no tengo ni medio en la cartera. La opción hacer 3 conexiones. Una camioneta que me deje en la redoma de la India, luego otra que me deje en el metro La Paz y finalmente llegar al vagón del metro que me lleve al Silencio.
Pero para hacer esto, primero tengo que armarme de paciencia para esperar que el chofer de la camionetita con música de vallenato, salsa vieja o reagetón se digne a arrancar. Luego rogar para que no se detenga hasta 2 y 3 veces en una misma cuadra, la oración no hace ningún efecto, más de 10 pasajeros han decidido que yo llegue tarde.
Finalmente logro arribar a la redoma de la india. Que suerte en la mitad de la calle mientras cambia el semáforo una camioneta va vacía y me llevará directamente al metro La Paz. Corro sin mirar a los lados, otra suerte, no me atropella ninguna moto. Un chico que hace lo mismo se digna a dejarme entrar al vehículo de primera (aun quedan príncipes anónimos en esta ciudad.
Llegue al Metro, justo cuando un grupo de 50 o más estudiantes de secundaria que con sus camisas azules se disponían a correr hasta la taquilla del metro para comprar un boleto. -ahora si me jodí, justo lo que estaba necesitando, una cuerda de chiquilines que se pongan de primeros en la fila y yo como una bolsa de última-.
Que más da es mi día de suerte.
Como era predecible donde había 20 llegaron más y más y más la cultura de colearse en las colas se aprende definitivamente en la escuela. Pelear para que, si alguna vez hice lo mismo.
Que paradoja además tengo el mismo tamaño que ellos pero sin camisa azul y con unos cuantos años demás.
Bueno esta bien, me quedo tranquila aún tengo media hora de ventaja para llegar al lugar donde voy.
En el metro afortunadamente no hay mayor percance, llego el vagón hacia el Silencio.
Al salir a la superficie me dispongo a caminar y casi a correr como Alonso en la F1, para pasar todos los obstáculos que hay en el camino.
1. Miro a los lados, camino velozmente y si no hay nadie sospechoso me siento un poco más tranquila.
2. De repente un buhonero me mira fijamente, en lugar de pensar que quizás le gustan las gorditas chiquitas como yo, creo que me esta haciendo una radiografía de arriba a bajo para rastrear cualquier debilidad que le permita ordenar a uno de sus secuaces amigos que me arrebaten o la cartera o un reloj.
3. Sigo caminando y un olor familiar me hace detener el paso. Estoy justo donde quiero estar, frente a una panadería con pan andino recién sacado del horno. Dios me faltan 5 minutos para llegar a tiempo. Sigo de largo, pudo más mi sentido del estrés y la responsabilidad que la tentación de comer uno de esos deliciosos manjares de mi tierra.
4. Definitivamente las calles parecen una pista de obstáculos de atletismo. Paso a una señora, paso a un tipo que huele mal, paso a un buhonero y cuando creo que todo esta saliendo bien, meto el pie en un charco de agua.
5. Otro chico que hace lo mismo que yo me comenta: La gente camina muy lento y uno quiere llegar rápido. -caramba por lo menos tengo compañía en esto de bailar por las calles al ritmo de buhoneros y otros estorbos.
6. Para cruzar la avenida es otra aventura. El semáforo esta en verde pero no es necesario esperar que cambie de luz, la avenida Urdaneta es un estacionamiento, el único problema es que al pasar tengo que mirar a todos los lados para que una moto particular o mototaxi no me embista cual toro de la Plaza de las Ventas en Madrid.
Cruce.
7. Y como por arte de magia llegue a un remanso de paz único en Caracas. El sonido del agua que emana de una fuente artificial me relaja y me hace sentir en un oasis. He vuelto a la caracas de ayer. Estoy finalmente en la Casa de Estudio de la Historia de Venezuela Lorenzo A. Mendoza Quintero. La charla que tenia que escuchar no me aportó nada nuevo, pero el ambiente de esa vieja casona me ayudo a sanar de la frustración de vivir en Caracas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario